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LOS CONSEJOS DE NUTRINANNY®
La obesidad es una enfermedad multifactorial, que suele iniciarse en la infancia y la adolescencia. Es cierto que los factores genéticos contribuyen a su instauración y cada vez se está investigando más en este sentido. Sin embargo, los hábitos alimentarios familiares y el estilo de vida siguen considerándose las causas más importantes en el desarrollo de la obesidad infantil. Una alimentación desequilibrada, excesiva en grasas y azúcares, junto al cambio de estilo de vida: la sustitución de los juegos al aire libre, excursiones y actividades deportivas por otras actividades mucho más sedentarias, son las causas principales de este problema.
Independientemente de que tengamos un condicionante genético, la obesidad se va a desencadenar mayoritariamente por un desequilibrio entre la ingesta y el gasto. "El mejor mensaje que podemos enviar es que los niños deben llevar un estilo de vida saludable".
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la obesidad se ha convertido en una "pandemia". Es decir, una "enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región". De éstos, los más vulnerables son los niños.
En nuestro país, la prevalencia de exceso de peso infantil se encuentra entre las más altas de Europa. Se estima que los niños de entre 6 a 9 años presentan un 23,2% de sobrepeso y un 18,1% de obesidad infantil en España. Se trata un problema de salud pública y de magnitud cada vez mayor, además de enorme trascendencia ya que la obesidad tiene importantes consecuencias sociales, económicas y sanitarias. Y muy importante, debe abordarse desde el inicio.
La obesidad infantil y la obesidad en la adolescencia influyen no sólo en la salud física, sino también en la calidad de vida del menor. A nivel psicosocial, puede provocar baja autoestima, pobre imagen corporal, depresión, mala relación con los compañeros, marginación, aislamiento o bullying, limitando la participación en juegos y actividades de la vida cotidiana del niño obeso.
Cuando ingerimos más calorías de las que gastamos éstas se acumulan en forma de grasa en unas células que denominamos adipocitos. En la primera infancia y en la pubertad es cuando estos adipocitos se reproducen. Es por ello que durante estas etapas si alimentamos incorrectamente al niño existe el peligro de que estas células se incrementen en exceso y que el niño se convierta en obeso. Este exceso de peso cuando el niño se convierta en adulto será muy difícil de corregir. Es un gran error de algunos padres dejar que el niño engorde pensando que cuando crezca ya se adelgazará. Un niño obeso seguirá siendo obeso cuando sea adulto.
Es difícil que el niño tome conciencia del problema y asuma la gravedad de la situación, por ello, la colaboración e implicación de los padres se hace imprescindible. Pensar que “ya cambiará cuando pegue el estirón”, “su padre era igual de pequeño” o “está fuerte” son creencias comunes.
Como ocurre en muchas enfermedades la mejor actuación es la prevención. Algunas claves para saber si nuestro hijo está en riesgo de padecer obesidad infantil son:
Rápido aumento de peso en corto período de tiempo, especialmente sobre los 7 y 8 años (rebote adiposo)
Preferencia de alimentos dulces/preparados y refrescos en la elección de meriendas o desayunos.
Disminución del juego activo y aumento del tiempo de ocio frente al ordenador, el móvil o la televisión.
Conductas o actitudes que ponen de manifiesto la aparición de ansiedad (morderse las uñas, problemas de sueño, dificultades para concentrarse, comer con rapidez…)
Realizar el desarrollo en la pubertad (entre los 11 y 14 años) manteniendo un peso elevado aumenta las probabilidades de ser obeso en la edad adulta.
La obesidad es una enfermedad que se puede prevenir y reparar si mantenemos un estilo de vida saludable y cambiamos nuestros hábitos alimentarios. Los padres somos el mejor ejemplo que los niños pueden tener. Ayudémosles a entender que esos cambios son saludables para todos. Para ello os recomendamos:
Escuchar al niño sobre la cantidad que desea que se le sirva. Si los pequeños son capaces de prestar atención a sus señales de saciedad internos, en lugar de los indicadores externos (como la cantidad de comida en el plato) consiguen ajustar su ingesta a una cantidad adecuada de calorías.
Es recomendable servir en platos pequeños y poca cantidad y dar la opción de repetir el primer plato y las frutas frescas. El segundo plato especialmente en el caso de las carnes se debe servir con moderación
El agua debe estar siempre a mano y sin limitación.
Tenemos que aceptar el rechazo a un determinado alimento, invitando a probarlo pero nunca forzándolo a comerlo o a acabarse el plato.
El tiempo de la comida debe ser relajado y se debe facilitar un tiempo adecuado para comer con tranquilidad, nunca inferior a 30 minutos pero nunca se debe obligar al niño a quedarse sentado en la mesa más tiempo del razonable para que se acabe el plato.
No utilizar la comida como fuente de recompensa (por ejemplo, "te daré helado si te comes el brócoli") genera ganancias a corto plazo, pero a largo plazo no educa.
Realizar pequeños cambios en los hábitos de vida familiar favorecerá la comunicación y la confianza en casa y ayudará en la prevención de la obesidad infantil. ¡Animaos a probarlo!